8 – 30 Octubre 2003

Esta es la tercera ocasión que la Galería dpm presenta trabajos recientes del guatemalteco Luis González Palma, figura clave de la fotografía latinoamericana contemporánea. Las nueve obras que componen la muestra mantienen la gratificación estética a la cual nos tiene acostumbrados, ya que desde una óptica meramente visual son un verdadero deleite.

Sin embargo la exquisitez de estas composiciones encierra, en su refinado lirismo, contenidos que invitan a la reflexión. Aparentan mantener las preocupaciones que el artista ha desarrollado a lo largo de su carrera: el dolor de la condición humana, el rostro como metáfora de tristeza, el poder de la mirada para comunicar. La marca registrada responsable del aire de nostalgia que invade estas imágenes –los tonos sepia con que las “añeja”- sigue presente, aunque tal vez con menor saturación en su intensidad. El patente empleo de la etnicidad de sus tradicionales sujetos (indígenas mayas y mestizos) para ser contrastado con símbolos de la aculturación colonialista se mantiene sólo en un par de obras (ver Metáfora, 2002). El uso de los indígenas jamás ha sido con afán de explotar su condición, ya que se los muestra siempre dignos; el propósito final supone desnudar contradicciones en la realidad cultural y social de su país, parecida a la nuestra, y espejo de muchos rincones de la América hispana.

En algunos de estos trabajos emplea pan de oro, por lo general como telón de fondo, y a mi entender como elemento significante y ubicuo del barroco religioso, de sus procesos impositivos y sincréticos, y del desvergonzado descaro de abusar de su ostentoso brillo para deslumbrar a una masa nativa desposeída.

Las imágenes en esta exposición aparentan ser un tanto más complejas que su obra anterior e indagan temas de su vida familiar. La explicación que el artista proveyó de su “método”, aparecida en una entrevista de 1999, quizá nos de pistas para interpretar su quehacer: “Soy un posmoderno Romántico. Trato de usar sus maneras [las del romanticismo] para fotografiar, y al mismo tiempo, incorporar los problemas que percibo en un país como Guatemala. Y al mismo tiempo, incorporar la filosofía de Persia en el Siglo XI. Intento tomar muchas cosas e incluirlas…”.

A partir de esto podemos aventurarnos a analizar trabajos como Sebastián (2002), que presenta el retrato de un niño (uno de sus hijos) junto a un par de páginas de una antigua edición de los Diálogos de Platón. La fotografía circular nos recuerda el formato de los tondos del Renacimiento, pinturas que por lo general eran destinadas a lugares domésticos e íntimos. Por otro lado el platonismo entiende al arte como una imitación del mundo físico, que a su vez imita a las Formas, en otras palabras el arte es una copia de una copia, y por aquello es una ilusión que nos aleja de la Verdad. Por este motivo y dado el poder que tiene para desbordar nuestras emociones, el arte es potencialmente peligroso. En otro de sus diálogos Platón indica que el artista, a través de la inspiración, puede lograr una mejor copia de la Verdad que la que encontramos en la experiencia ordinaria, y por ello puede llegar a convertirse en un tipo de profeta. Provistos estos antecedentes me aventuro a un abanico de lecturas propias, el espectador podrá hacer lo mismo con todas las obras. He ahí uno de los placeres de experimentar el arte.

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