Habeas Corpus, Saidel Brito

21 Julio – 13 Agosto 2004

Brito strikes back…

La serie titulada Habeas Corpus del cubano Saidel Brito presenta tanta seriedad como ironía. Complejos niveles de sugestión se integran con los procesos últimos de su trabajo, en los que hace un uso estratégico de patrimonios artísticos ajenos donde, lejos de la cita superficial o referencia evidente, apropia cuerpos de producción paralelos a la obra conocida de creadores emblemáticos. Lo que Brito llama la «obra silenciosa» por su falta de difusión y por el carácter más personal o comprometido que suele tener, y que considera digna de una puesta en valor.

En este caso el artista rescata del olvido un cuadernillo de bocetos realizado en 1978 por el más celebrado modernista activo de Guayaquil: Enrique Tábara. En sus páginas -aquí exhibidas por primera vez- aparecen un conjunto de escenas y retratos de internos de la Penitenciaría Modelo del Litoral.

En lo que puede ser visto como un alarde de plasticidad Brito interpreta sus referentes originales haciendo énfasis en el proceso mismo de la acción de pintar, realzando las cualidades artesanales del «buen oficio», que parece ser el único requisito para que algunos observadores del medio acrediten a un artista. Criterio travestidamente aplicado sin duda en el Salón de Julio del 2001, donde no se admitió una de sus obras y donde el primer premio fue concedido según indica el fallo «en consideración al buen manejo del color, equilibrada composición y un estilo que combina felizmente los efectos abstractos, impresionistas y realistas.»

Aquel veredicto -digno de antología- parece en esta ocasión ser contestado y satisfecho en el lenguaje pictórico empleado en estos cuadros, que llevan a un extremo ampuloso y hasta pervertido aquello de la habilidad manual al construirse, física y simbólicamente, a partir de impresiones dactilares, en una técnica similar a la aplicada en su obra Reserva…., ganadora del Salón de Julio 2003.

Entabla así un diálogo insólito y posible entre generaciones distintas, cuestiona los criterios calificadores y las posturas intolerantes de la Gestapo cultural del medio, y a través de la misma esencia de estas pinturas confronta al espectador con la seducción del pigmento por sí solo, canto de sirena que atrae a muchos que se dejan llevar, la mayor de las veces, por vacuos y caprichosos firuletes del pincel, buscando solo «efectos» y negando la potencialidad de la pintura (o de cualquier otro medio) de ser entendida como códigos y lenguajes empleados racionalmente, bajo esquemas calculados para suscitar reflexiones más profundas catapultadas por la sofisticación de sus recursos estéticos.

Adicionalmente -por la mención que Brito hace de un maestro tan reconocido de Guayaquil- esta serie puede interpretarse como gesto de arraigamiento a este puerto, en el que seguramente dejará huellas importantes desde la docencia como lo han hecho otros artistas extranjeros en el pasado.

-Rodolfo Kronfle Chambers

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