11 Octubre – 25 Noviembre 2008 / dpm – MIA

La serie más reciente de Saidel Brito genera –de entrada- una necesidad en el espectador por establecer con precisión los acontecimientos que han congregado a las multitudes retratadas en algunas pinturas, o la significancia particular de los paisajes que otros lienzos reproducen.

Paradójicamente ninguna información al respecto es provista permitiendo conservar cierto anonimato en las imágenes -por lo menos hasta un careo posterior que de cuenta del contexto histórico y social cubano que ilumina cada cuadro – un anonimato que sin embargo es patentemente familiar en cuanto a las convenciones históricas y mediáticas para representar a las masas.

Esto apuntaría a conectar con las preocupaciones fundamentales del artista aquí planteadas: “son historias e imágenes que están vaciadas de contenidos en el tiempo… de espacios que ideológicamente se han desvanecido o sobre los cuales aparecen como una especie de fantasmas ideológicos…tiene que ver con la fragilidad de la memoria y con el cambio de los signos y la vaciedad de esos signos: geográficos, objetuales, literarios con relación a los hechos históricos, los datos y los rastros dejados en los museos, en la memoria colectiva y en el espacio físico donde ocurrieron.”

La obra se erige entonces como una reflexión sobre los lugares históricos, y los acontecimientos a nivel universal, pretendiendo señalar la manera cómo estos imaginarios van perdiendo o transformando sus evocaciones simbólicas (por ejemplo Playa Girón convertida en sitio de turismo recreativo), o cómo los ecos resonantes de su pasado son meras presencias espectrales –a lo mucho- en el presente. En palabras de Brito “la idea era volver a ese rol del artista representando ciertos acontecimientos, pero a su vez existe la paradoja de que aquellos acontecimientos ya están o desnudados por los medios de comunicación o silenciados por el tiempo o por los nuevos usos de los espacios”.

El trabajo mantiene además características conceptuales presentes en casi toda la producción de Brito: los juegos de palabras o el empleo del lenguaje popular apelando a su capacidad de generar doble sentidos, manifestado esto en el título de la serie; el impulso hacia la experimentación y la “invención” de técnicas que potencien los contenidos de las obras, que generen cierta incertidumbre en torno a cómo se lograron los rudimentos manuales empleados que a su vez devienen en un importante -y significante a la vez- gancho de seducción visual (en esta serie ensaya con el pirograbador, las transparencias y las superposiciones); la ambigüedad como premisa de trabajo convertida en herramienta que contribuye a engrosar semánticamente a las obras, en un valor positivo, como si el artista tuviera conciencia del vasto horizonte epistemológico que el ser contemporáneo tiene a su disposición para ser usado productivamente; la incorporación de una permanente reflexión de doble vía: con el arte como una tradición llena de postulados prestos a ser problematizados, y sobre el sentido de la Historia -sus invocaciones mediáticas y sus construcciones discursivas- contrastada con el presente; y finalmente el interés que demuestra en el uso estratégico –en la apropiación ideológica- de ciertos repertorios y acervos simbólicos que se asumen como “menores” (en este caso fotografías extraídas en su mayoría de fuentes independientes en Internet) pero cuyo poder como espejo de un contexto suele exceder a las creaciones que operan claramente dentro del campo artístico.

Otros puntos de contacto entre Nacidos Vivos y su trabajo anterior son el empleo de dos leitmotifs que han aparecido con alguna frecuencia: el agua (lo acuoso, las sugeridas superficies de mar, etc.) como un problema de corte existencial y las multitudes (los rebaños, las masas, las aglomeraciones, las marchas, etc.) como un opuesto binario del individuo singular o de pensamiento independiente (“Me interesa la actitud anónima frente al conglomerado por ejemplo, porque además yo vengo de esa idea de pueblo, osea de la masa, esto que está en la retórica oficial del pueblo, yo he nacido como una estadística de esa masa, entonces el arte tiene en su naturaleza la mirada del individuo, entonces el asunto de la masa me interesa como sentido, los sentidos que eso genera como anomalía, como vaciedad, como silencio, como miedo, como control”).

Es evidente que la sinergia de todos estos considerandos apunta a querer lograr obras con discursos complejos, con la capacidad de articular varias capas y niveles de densidad. Por esto considero que como un todo el trabajo de Brito supone por un lado una puesta en valor del espectador, donde este mismo va a actuar como un multiplicador de sentidos, una obra que aspira –a pesar de los pensamientos iniciales que la impregnan- a ser asumida de distintas maneras que sorprendan hasta al mismo artista. Al hacer esto Brito está empoderando al público y sus lecturas como un acto creativo, derivado de su particular situación existencial que se condiciona por su entorno cultural, sus prejuicios, gustos, etc., sin forzar un discurso o una línea interpretativa unívoca. Por otro lado está el hecho de potenciar la temporalidad de esa lectura, basado en la conciencia de que las condiciones del entorno de recepción y los acontecimientos que determinan el carácter de la misma cambiarán a mediano y largo plazo, provocando así nuevas oleadas hermenéuticas en el futuro (Ciertamente las lecturas de esta serie en Miami el día de hoy serán distintas a las que pueda generar en este momento en Caracas o dentro de diez años en La Habana).

Se configura así un aspecto esencial de la propuesta de Brito, pensar el trabajo como una “obra abierta” –en el sentido articulado por Umberto Eco, es decir de posibilidades inagotables, de semiosis ilimitada- donde prima el ejercicio intertextual, y donde en relación a sus fuentes el artista dice preferir “no desnudar el referente para que no se pierda la posibilidad de seguir superponiendo la interpretación, la interpretación como una necesidad que la obra te propicia obligatoriamente en el momento en que tú sabes que hay algo pero no sabes que es.”

Finalmente se debe reparar además en el carácter político que tiene el trabajo del artista, que no está dado, curiosamente, por enarbolar una clara o determinada posición dentro del sistema de imposiciones, consensos y disensos que nos atraviesan como individuos, o por un ímpetu de denuncia literal o menos aún de aspiración radical de transformación social, sino mas bien en el sentido que propicia –mediante actos estéticos que reconfiguran la percepción de los temas tratados- el surgimiento de nuevas visiones subjetivas de corte político en el espectador, afincadas estas en el hecho de lograr desplazar la mirada habitual de cada quien hacia el entorno colectivo.

Lo que el artista estaría poniendo en tensión, más allá de la referencia particular, es lo que Rancière llama “la división de lo sensible”, que se define como “el sistema de evidencias sensibles que pone al descubierto simultáneamente la existencia de un común repartido y las delimitaciones que definen las partes y posiciones respectivas dentro de él” ; en otras palabras corresponde a una expectativa de la distribución de los roles y las partes que constituyen un orden político y social. Hurgar en estas percepciones y en las mutaciones que sufren en el tiempo estos sistemas –encarnados en hechos concretos en la obra de Brito- parece ser una aproximación casi filosófica bajo la cual se pudiesen cobijar varias de las obras del artista hasta el día de hoy.

Ante la sarta de ligerezas que vomita a diario el mundo del arte nos queda el consuelo del esporádico artista serio: “Todas mis obras tienen un compromiso ético, incluso cuando son obras que pueden coquetear con el mercado tienen detrás la idea del pensamiento, el rigor, el ejercicio intelectual y la complejidad del discurso de la obra, frente a la banalidad de producir obra como caramelos.”

-Rodolfo Kronfle Chambers

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