Eduardo Vélez – Jaime Núñez del Arco – RMNoby
8 – 30 Junio 2011

Straight, no chaser

Al día de hoy podemos hablar de una escena de arte contemporáneo consolidada en Guayaquil. Una de las evidencias que da cuenta de esto es que las luchas de legitimación y las “guerras culturales” propias del cambio que remeció todas las estructuras institucionales del mundillo del arte local ya no animan el pulso vital de los productores. El panorama actual se ha vuelto interesantemente complejo, muy distanciado de los relamidos amaneramientos comerciales del arte de los ochentas y noventas, y del modus operandi de su cerrada red clientelar.

Al momento de escribir estas líneas no existen meta enunciados dominantes en el arte de la ciudad. Cada cual con su dilema, cada loco con su tema. De igual manera no hay grupo que quede invisibilizado o marginado. Cada artista o subcultura con algo de ganas o inventiva se las agencia para hacer conocer su obra, eventualmente insertándose en micro-circuitos aglutinados por determinadas afinidades, y donde las redes sociales, blogs y páginas web han jugado un papel preponderante, tanto para compartir y promocionar las iniciativas como para animar a otros a realizar las suyas. No hay “una” escena en Guayaquil, existen más bien grupos/espacios con cierto aire tribal o sentido de comunidad que a ratos intersectan sus caminos, se husmean mutuamente (a veces bajo el síndrome de la sospecha) y en ocasiones hasta colaboran (como en la reciente fanesca indigesta de los “Caballos de Colores”).

Ahí está obviamente el efecto que desató el ITAE, que ha sido la punta de lanza de la renovación artística en la ciudad, pero cada vez adquiere mayor presencia el fenómeno influyente de los grupos de fotógrafos, diseñadores, grafiteros y músicos, cuyo aporte a la transformación cultural y simbólica que estamos viviendo aumenta gradualmente. Situarlos categóricamente hoy en día por fuera del rollo que hemos definido como arte contemporáneo no se sostiene más. Por lo menos como aseveración categórica. La cosa está demasiado revuelta ya.

Esta muestra, improvisada y organizada en apenas un par de semanas, reúne el trabajo reciente de tres creadores que, a pesar del interés que despierta su que hacer, probablemente no estarían en el radar del público habitual de la Galería dpm, que en el balance de los años ha sido sin duda el más sólido y perseverante espacio para el arte contemporáneo en el país. A pesar de que la producción que se comparte en esta muestra puede dialogar perfectamente con la de varios de los artistas que aquí han expuesto estos creadores se han manejado por los canales de circulación de espíritu más independiente que caracterizan a la movida de ilustradores y de arte urbano. De hecho es la primera vez que enfrentan el lado comercial de la producción de obra, siendo aquella dinámica remunerativa algo que nunca motivó lo que por años vienen haciendo como un impulso personal.

My own private episteme

La selección se enfoca principalmente en el dibujo, pero en una aproximación descomplicada hacia esta práctica, despreocupada por demostrar destrezas técnicas o asumirse como un gesto competente, pero que logra, sin embargo, resultados con mucho carácter y efusividad, manifestándose además como fiel reflejo del híbrido entorno cultural del cual proceden los artistas.

Tras las narrativas que nos ofrecen estos tres productores no hay alardes de sofisticación, más bien revelan el tipo de vibra cool que se desprende de la ausencia de pretensión. El prescindir del empleo de estrategias conceptuales o de una discursividad que promueva agendas de significación complejas no deriva sin embargo en falta de densidad: no hay que caer en el error de asumir estas iniciativas como una cuestión superflua. Las obras comunican desde una visceralidad preñada de vivencias, ecos musicales (desde la esfera Indie hasta el Hip-Hop), y una visualidad multirreferencial y contaminada que tiene un marcado carácter urbano.

Los tres creadores tienen en común el factor de que su educación estética no ha sido de índole académica; no poseen aquel estatus de artista “profesional” que la misma aparenta conferir. Cada uno de ellos ha seguido su propio camino de incorporación de referentes e influencias que luego han sido reinterpretadas desde su propia sensibilidad y experiencia. En esta arena la ciudad ya tiene una azarosa genealogía de disidentes, neo-primitivos, auténticos decadentes y outsiders que va desde Marcos Santos, pasando por Jorge Jaén y Jimmy Mendoza, y que se estrecha hasta el Rey Camarón y Daniel Adum, entre otros que se que aún desconozco(¿Se puede acaso contemplar los recientes murales de la “Galería Boca del Pozo”en el Estadio Capwell y no considerarlos como parte indispensable y legítima del acervo simbólico de nuestro tiempo?).

La selección levanta preguntas muy vigentes en esta era de “industrias culturales”, teniendo en cuenta además cómo se han desplazado las instancias legitimantes. Hoy en día la palabra feria se reitera más que la palabra academia, así como la palabra bienal parece tener más swing que el vocablo museo. ¿Quién convalida lo que se produce? ¿Cómo adquiere o se le asigna valor? ¿Qué peso resiste una reseña meditada y crítica sobre una obra ante el aluvión de individuos que le cliquean el “Me gusta” en Facebook? Todos estos cambios han modificado las percepciones del público y hoy más que nunca el debate sobre “formas autorizadas de cultura” cobra una complejidad inusitada. ¿Es deseable (o viable) opciones alternas de arte más allá de la academia? (Parece que el empírico artista «revistero» que parimos por estos lares en la década de los noventa ha dado paso al que arma su malla curricular a punta de hipervínculos) ¿Es correcto vehicular obras que responden a otros códigos por espacios que no le son naturales y que se encuentran jerarquizados de manera distinta?

Como vemos es posible poner a dialogar el graffiti, cuyo ordenamiento antropológico de origen se asume como distinto, con algunas derivas del arte actual, pero nos preguntamos si en realidad existe una aceptación consensuada de que esas jerarquías son insostenibles, más aún cuando está claro que se ha producido un gang bang frenético entre lo institucional y lo alternativo. A pesar de que aquella cultura entronizada ha sido repetidamente ultrajada nos gusta seguirla contemplando como una doncella virginal. Existe poca conciencia de que estamos lidiando con los fragmentos de algo que “fue”, particularmente cuando nos vemos compelidos a encontrar mecanismos para aplicar algo de rigor y de orden, o para establecer un estándar de “calidad”, cuyo réquiem entonamos dentro del confuso mar en que navegamos.

Puedo pensar en algunos artistas locales (profesionales) cuya expresividad –en la actual coyuntura de buen ondismo y complacencia generalizada- se sintonizaría muy bien con la de Eduardo Vélez, Jaime Núñez del Arco y RMNoby. Pero por contraste al recorrer con simpatía estos portafolios percibí como estériles algunas derivas experimentales de nuestro arte actual que, posando como ensayos de sofisticación y estilo, no llegan a estimular las cotas neuronales que aspiran excitar. Mientras seguimos buscando el cáliz de aquel justo medio que logre el delicado balance de autenticidad sin artificios edulcorantes aquí van tres shots de sinceridad.

 

Por Rodolfo Kronfle Chambers,
Guayaquil, 15 de mayo de 2011

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