8 Junio – 29 Julio 2005

Marangoni-Sigüenza: el mal de las flores

Una inusual colaboración entre la artista visual guayaquileña y el poeta portobelense dio como resultado una serie de esculturas parlantes que tienen mucho que decir.

Jardín cerrado con alcoba al fondo se presenta en la Galería dpm hasta el 8 de Julio. Depurados valores de producción, impecable puesta en escena, sólida interrelación de las obras, lúcida propuesta y coherente ejecución. Considerandos que deben ser primordiales para cada aparición pública de un artista y que quedan como ejemplo en esta muestra.

Larissa Marangoni suscita este aparejamiento de dominios culturales -literatura y artes visuales- que en la práctica habitan en esferas autónomas, e invita al poeta Roy Sigüenza a una colaboración cuyo resultado es de total integración de propósitos. Ella concreta lo físico mientras él le proporciona una extensión acústica, afincada en la palabra, que reacciona, complementa y amplía las lecturas posibles del conjunto. El «combo» era lógico, al existir en el trabajo de cada uno de ellos puntos de conexión, que se refieren al cuerpo y a la sexualidad como zona de reclamo y conflicto; sitios desde donde se pueden interpretar diversas experiencias, cuyas resonancias se amplían a distintos aspectos de la vida.

A diferencia de otros proyectos de naturaleza similar en que el verbo o el objeto es una mera interpretación evocativa de su contraparte -una subordinación-, lo relevante de este planteamiento reside en la potenciación mutua de ambos aspectos, para configurar una producción de sentido cuya unidad los magnifique.

Más que esculturas

La exposición se erige desde el campo escultórico en el cual Marangoni es de reconocida solvencia, pero -en lo personal- nunca he querido relievar este hecho por sí solo, ya que lo considero -como cualquier otro medio de producción de imágenes- una plataforma o escalón que le permite acceder a un hecho artístico que trasciende lo material. Esto para mí es más valioso y contribuyente que la mera enunciación clasificatoria de esta disciplina dentro el antiguo sistema de Bellas Artes, que hoy dificulta su sustento dadas las numerosas, híbridas y no jerarquizadas prácticas de representación existentes.

Aunque las formas que nos presenta solo sugieran ser detalles amplificados y violentados del rompecabezas anatómico humano, la escala e intensidad presencial de las esculturas hace que aparezcan, en una relación sinecdótica, como cuerpos íntegros. Son cuerpos que se revelan contra condicionantes culturales, y en su iconografía -de naturaleza biológica- nos obliga a remitirnos tanto a la supuesta determinación reproductiva como a la cosificación del género femenino. Toda la muestra problematiza además -en referencias a lo cursi- el sustento del imaginario de dulzura y sutileza con que se nutren estas construcciones.

Lo hace por ejemplo en el grupo de naturalezas muertas que, trabajadas con esmero y en colores pasteles sobre papel, delatan su carácter ingenuo y hasta pueril. Es como si Marangoni llevara el ideal femenino domesticado, de manera irónica, a grado sumo. Al emplear la ironía deshace el significado supuestamente evidente de aquellas imágenes y las vacía de los contenidos que previamente suponían tener. Existe un contrapunto lleno de morboso cinismo (bordeando el humor negro) al ubicar estos ramilletes como telón de fondo ante el cual se presenta una colección de formas fálicas tridimensionales, amenazantes en su pátina herrumbrosa, pero inquietantes también en sus dobles lecturas. Este trabajo titulado Probando, Probando puede aludir, por ejemplo, tanto a la prueba de sonido (¿son micrófonos?) que resulta ser esta muestra, como a la libre elección del instrumento de placer que más convenga.

Piezas del talante de ¿Cómo me veo hoy? , una insinuante forma reflejándose en un turbio espejo, pueden leerse de manera interesante a la luz de algunas vertientes del feminismo posmoderno; por ejemplo lo planteado por Luce Irigaray, quien sostiene que lo femenino es esencialmente irrepresentable, al ser la feminidad una concepción hecha a partir de supuestos masculinos, que reflejan sus sesgos. Por ello esta filósofa ve imperativo que las mujeres investiguen su propia sexualidad para que logren nuevas formas de representar lo femenino que no reaccionen simplemente como el opuesto «otro» de lo masculino.

El kitsch como recurso

Una especie de cierre más meditado de esta experiencia artística es el «confesionario» dispuesto en la galería, una diminuta habitación presentada como un volumen escultórico de carácter austero en su exterior, y con una discreta puerta para penetrar en ella. Al apoltronarnos en la butaca que hallamos en su interior reparamos lentamente en sus detalles, todos orquestando una apología del kitsch hogareño en sus fallidos intentos de simulacro. Las flores plásticas, los tapetes sintéticos y el sobrecargado efecto del patrón de un papel tapiz; todo el conjunto transmite una inasible opulencia doméstica que tiene que contentarse con productos más bastardos de la sociedad de consumo. Aquí el kitsch se activa en lo «pretencioso» de la decoración, que se inscribe como aspiración de reflejar estatus y buen gusto.

La feminidad se asocia fácilmente en nuestra cultura a la esfera de lo privado, o como esta instalación sugiere, al espacio íntimo de lo doméstico, del hogar, que contrasta con la esfera pública comúnmente asociada a las actividades profesionales «masculinas». La subversión de este imaginario ha sido caldo de cultivo en el arte mundial de los últimos años, pero veo algo más en esta ambientación, en cuyo interior -a través de unos audífonos- se recrea un diálogo desarrollado por Sigüenza que titula la obra, Ángel Rosa y Ángel Plata, y que bien pude llevarnos, al ser interpretado por dos voces masculinas, al análisis de los parámetros de vigilancia social hacia las sexualidades alternativas.

Esta exposición sirve para ilustrar como opciones más alejadas de la extrema naturaleza discursiva de mucho arte actual son viables, pero alerta además -en su éxito- acerca de las dificultades para lograrlo. Reexaminar las nociones de «lo femenino» o analizar la diferencia sexual desde el arte -luego de todo lo que por años se ha elaborado alrededor del tema- no se debería hacer de una manera superficial, evidente, ni explícita; la contraparte, es decir la exacerbación de la dimensión poética -llevada comúnmente al paroxismo- está condenada a derivar en cliché. Es solo en el balance de este aspecto, en la sugerencia que no se impone -ni edulcorante ni rabiosa-, donde aún se puede despertar el interés.

-Rodolfo Kronfle Chambers, 10 Junio 2005

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