Mayo 19-Junio 17, 2016

Parafraseando lo dicho alguna vez por Gerhard Richter, un cuadro de Friedrich no pasa de moda, lo que ha quedado atrás y debe actualizarse son las circunstancias que le dieron vida: un marco cultural renovado por otra ideología. Esto hay que tenerlo presente al abordar la reciente serie de Pablo Cardoso, quien con un ingenio excepcional ha reinterpretado activamente el paisaje. En su producción de los últimos quince años este se convirtió en una plataforma desde la cual ha abordado un conjunto de reflexiones sensoriales, históricas, científicas, políticas y –crecientemente‒ activistas.

Su mirada siempre ha estado atenta al recorrido que el género ha tenido en el tiempo, desarrollando un interés particular por la figura del artista viajero, y por las maneras como sus representaciones del paisaje tuvieron efectos concretos sobre la relación del hombre con la naturaleza. Varios de sus proyectos, algunos con marcados filos críticos, han incorporado aquel espíritu expedicionario desde donde indaga sobre los impulsos ocultos del afán explorador, tanto el propio como el ajeno, aludiendo además a la historia de la pintura en apropiaciones puntuales o referencias a estilos diversos.

La serie Caudal, al igual que otros cuerpos de trabajo, termina configurando una reversión de las bitácoras del artista viajero de antaño. El conjunto de cuadros reúne amplios panoramas o encuadres acotados, proyectados desde diversos ríos adonde Cardoso ha peregrinado. El concepto de la serie, vale mencionar, nace probablemente como respuesta a un estímulo vivencial, iniciando con los ríos de su provincia y con el Santa Bárbara en particular: “Es el río de mi niñez, de la tierra de mis abuelos y de mi padre (nacido en Sígsig), y donde murió el segundo de mis diez hermanos cuando yo era muy pequeño. Es, además, un río con mucho espesor histórico, cultural, político y ecológico. Quise empezar la serie sumergiéndome en él y fotografiándolo desde dentro”.

Es justamente aquel punto de vista inesperado ‒“desde dentro”‒ el que quiebra las convenciones del paisaje decimonónico que estos lienzos parecen evocar: los tonos terrosos y brochazos sueltos reminiscentes de los pintores de la Escuela de Barbizon (c. 1830-1870), o la imponente fuerza y envolvente presencia con matices románticos y temperamentales que manifiestan los fenómenos naturales en Turner (1775-1851), cuyo trabajo gravitó como un ascendente para estos cuadros. Es en estas miradas desde el interior del río donde como espectadores somos presa de su mismo flujo, casi llegando a suplicar por oxígeno en un par de ellos.

Una vez más opera esa seductora traducción de la imagen fotográfica llevada al lienzo que parece reinventarse con una factura de rasgos distintos en cada exposición de Cardoso; si en otras series como Gólem, el trazo parece diluirse en un extremo hiperrealismo ‒que además acusa la deformación del lente gran angular‒, en Caudal, por el contrario, las pinceladas se evidencian en las más convencionales maneras. Pero atravesando el umbral de aquella pericia, empeñada tanto en el engaño como en el guiño, a la cual nos entregamos deleitando la retina, no podemos perder de vista que este es un artista que equilibra delicadeza y cálculo. Por ello habrá que prestar atención a las lecturas subyacentes tras el primer encanto, particularmente cuando las pinturas están llamando la atención con una visualidad de apariencia tan conservadora.

No nos podemos abstraer de las implicaciones del acto ritual de la inmersión, de la dimensión espiritual ceremonial de renovación, ni del talante filosófico que deriva de la vieja frase de Heráclito, según la cual “ningún hombre puede bañarse dos veces en el mismo río”. Sin embargo, el artista está pensando también en el empleo de los ríos como “recursos hídricos” al servicio de esquemas que operan en el entramado del capital, de su caudal al servicio de lógicas ajenas al mundo natural, de la “fluidez” financiera que metaforizan o de la contaminación que sufren, que nos recuerdan el dilema urgente y existencial planteado por Bruno Latour: “¿Modernizar o ecologizar? Esa es la cuestión”.

Si bien la invocación de lo sublime en el mundo contemporáneo se encuentra viciada por un trillo del cual muchos artistas serios se cuidan, rehuyendo de discursos grandilocuentes, la forma romántica como el mundo natural se encuentra representado en estas telas permite sintonizarnos con aquel tipo de experiencias. Varias de estas pinturas, en la intensidad emotiva de sus evocaciones de espacio y luz, en la gestualidad expresiva del tratamiento de su superficie, movilizan cierto asombro y recogimiento. Surge el sentimiento de que hay algo en estos ríos que escapa a la lógica, de una incomprensible trascendencia, de una profundidad afín a la idea hegeliana de fusión con el Absoluto donde la belleza se realiza y lo divino se manifiesta en la naturaleza, pero también puede sugerir una conexión inexplicable con el trauma, con la huella de eventos que dejaron marca.

La honestidad de la trayectoria de Cardoso nos permite –como aconsejaba Nietzsche‒ abandonar la racionalidad, desestimar la sospecha propia de la mirada curtida e incrédula para arrojarnos a la inconmensurabilidad de una experiencia sensible. De esta forma nos queda una serie en la que transitamos desde el discernimiento de su cuidada concepción hasta el goce de su observación no meditada, que ‒hay que enfatizar‒ se beneficia inmensamente de su percepción en vivo, particularmente por la impresión de los formatos más ambiciosos y el escrutinio deleitante de su consecución técnica. Aquellos primeros ríos que el artista abordó en la Sierra, como el Santa Bárbara, el Quinoas, el Yanuncay o el Machángara, dieron pie a exploraciones posteriores en los esteros del Taura en la Costa. Caudal tiene el potencial de seguir creciendo, explorando geografías más amplias, procurando quizá llamar la atención sobre una necesaria reconexión entre hombre y naturaleza que revierta la visión utilitaria que tenemos sobre ella. Tal vez una forma efectiva de hacerlo sea mediante la silente voz detrás de la dramática belleza del entorno natural.

Rodolfo Kronfle Chambers

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