Sept. 27 – Oct.15’18

Como en anteriores trabajos, Pablo Cardoso emprende una obra progresiva que conmueve por su envergadura y por la enorme dosis de paciencia que entraña, por el concepto del cual surge, mitad autobiográfico mitad sociológico, por la filigrana (el rigor y la sensibilidad evidentes) que utiliza para desarrollarlo –quizá el término que mejor encaja en este caso, ya que es un despliegue de imágenes tratadas con una precisión constante más afín al rito que a la rutina– y porque ha dado con otra de las formas para apresar a ese prófugo (el tiempo sabe transformarse arbitraria y astutamente; a veces dura un segundo, otras, siglos). Se trata de un diario que recoge en instantáneas un momento en específico de lo cotidiano que luego pasa a pintar, una fracción de vida que a Cardoso bien ha llegado a emocionar bien a interesar o a lo que ha preferido darle un espacio de relieve en su vida, sin necesariamente verse sujeto a que se trate de un hecho trascendental. Todo envuelto en la textura que da a los sentidos la noción de “espera”. De estar ante el universo y, por esperar, apreciar el milagro de la creación, sentirla recorrer todos sus ángulos.

De tal manera, a partir de diciembre de 2017 se ha propuesto pintar un cuadro por cada día que transcurra durante un año, “como mínimo”, lo que lleva a que nos sobrecojamos de la emoción de tamaña empresa que evoca con facilidad la del alquimista medieval o la del miniaturista. No puede hacerlo, ni podría nadie, sin rodearse del halo mágico de lo que representa el sentido del viaje, que es la mejor manera de notar que el tiempo transcurre y a la vez está pendiente sobre nuestras cabezas cual espada de Damocles, análogamente a lo que antes plasmó en Lago Agrio – Sour Lake al disponerse atravesar medio continente y documentar ese bello éxodo (léase: gesto), con un frasco de agua contaminada de uno de los primeros pozos excavados por la empresa Texaco en nuestra amazonía, para así expresar un sutil pero a la vez rotundo reclamo por las acciones abusivas de las compañías petroleras en el mundo. En esta ocasión su sensibilidad se pone de manifiesto con la obra creciente Llueve afuera, logrando materializar un anhelo que está en el corazón del hombre desde toda la eternidad: atrapar vida lo más completamente posible, pero expresándola mediante el arte. Resulta inevitable pensarlo como otro reclamo, aunque de índole muy distinta, esta vez contra la velocidad y la violencia de lo raudo y efímero, contra quien quiere perder el tiempo y no sabe aprovecharlo.

(…)

En este diario, en esta bitácora de un viaje reposado, Pablo Cardoso parecería decirnos que no hay nada ni nadie que no le parezca memorable. El don de Cardoso es saber que hay belleza a su alrededor y que no siempre estará ahí. Por eso vale la pena detenerla y convidárnosla. El resultado son imágenes potentes, poderosamente modernas, tanto en blanco y negro como agraciadas por sutiles variaciones monócromas estratégicamente dispuestas en el conjunto, donde la técnica está tan de lleno que no es protagonista. Sus imágenes son a la vez narrativas y poéticas, atrapan la vida y condensan toda su belleza, potencia y misterio, y su pincel las vuelve etéreas y quizá entonces nos permite desentrañar ese mencionado misterio.

Carlos Vásconez
Extracto del texto Llueve afuera, de Pablo Cardoso

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